La fiesta de cumpleaños del alcalde capitalino: entre reciclados, ausentes distinguidos y mesas de castigo
Por: El Ángel guardián / 02 de septiembre de 2025
San Luis Potosí, tierra de contrastes y festejos que parecen sacados de una tragicomedia política. El pasado sábado, el alcalde Enrique Galindo cumplió años y sopló velitas rodeado de personalidades de la vida pública y claro, de políticos reciclados que siempre encuentran manera de colarse a los reflectores, aunque ya nadie los recuerde por sus “hazañas”, si es que alguna vez las tuvieron. El evento fue todo un catálogo de egos, ausencias calculadas y presencias incómodas, como si se tratara de una novela satírica.
Pero empecemos con lo más jugoso: los ausentes. Porque en política, “a veces dice más el que no llega, que el que se acomoda en primera fila”. La senadora Verónica Rodríguez brilló por su ausencia, aunque eso no le ha impedido andar de boca en boca diciendo que la gubernatura es para mujer y, casualmente, esa mujer es ella. Candidata autoproclamada, sin urna ni encuesta de por medio, pero con la seguridad de quien se mira en el espejo y se aplaude sola.
El “virrey”, “Don” Marcelo de los Santos, fiel a su estilo de “yo mando, aunque no aparezca”, decidió no asistir, pero mandó a su emisario de confianza: Marcelito, su hijo. Y para no llegar solo, fue bien acompañado de Arturo Álvarez, “La Manguera”, ahora flamante funcionario municipal, aunque no tenga experiencia en su nuevo puesto. El simbolismo es claro: si el patriarca no pisa el salón, al menos sus representantes cargan con la bendición familiar.
Y hablando de traiciones con historia, tampoco apareció Octavio Pedroza Gaitán, excandidato a gobernador e impulsor de Galindo en sus tiempos de vacas flacas. Segunda puñalada ex senador y benefactor de antaño, Octavio Pedroza, porque en política se acostumbra usar la escalera para subir… y después patearla con gracia.
Curiosamente, la invitación ni siquiera salió de la oficina del festejado, sino de la del mil usos “Gallito”, quien usa el tiempo y recursos, en hacer “sus cosas y estrategias”, sin saber si “motu proprio” o por encargo de alguien, que definitivamente, no quiere a Enrique.
Mientras tanto, el ambiente del festejo parecía sacado de una postal ficticia: como si la ciudad estuviera en perfectas condiciones, como si los baches fueran reliquias y los servicios públicos llegaran puntuales a cada colonia, olvidando que es mejor seguir trabajando, que proclamar en alto lo se ha hecho, lo cual es su obligación.
Se festejaba como si hubiera mucho que celebrar, con un bailongo digno de boda fifí, bebidas corriendo de mesa en mesa y las infaltables fotos para redes sociales: todos sonriendo, todos abrazados al festejado, como si en esa imagen grupal se disimulara la realidad inequívoca de la ciudad.
Pero lo mejor fue la repartición de mesas, esa liturgia política que define jerarquías mejor que cualquier encuesta. Al secretario del PAN, Enrique Dahud, lo invitaron, sí… pero lo mandaron a la mesa del rincón, como al primo incómodo que nadie quiere sentar cerca de la familia. Y eso que es, nada más y nada menos, el principal impulsor de que Galindo sea el próximo candidato a la gubernatura por el blanquiazul. El hombre que sueña con afiliarlo oficialmente al PAN, “ya casi, casi”, terminó marginado en su propio juego. Sarcasmo puro: el gran operador relegado al último escaño, como para recordarle que en política nada es personal, pero todo se paga caro.
Y para rematar, ahí sigue la novela jurídica de la militancia de Galindo. La Sala Regional de Monterrey resolvió que el alcalde sigue siendo priista y que mientras no pase otra cosa, su expulsión de ese instituto político no vale. Así que, mientras Dahud organiza su estrategia azul, el festejado todavía carga con la credencial tricolor, como quien juega en dos, tres, o más canchas al mismo tiempo, esperando que, en una de ellas, caiga el gol que lo lleve a la gubernatura.
En resumen, la celebración fue un exacto reflejo de la política potosina. Entre ausentes que dicen más que los presentes, aliados reciclados que nunca se van del todo, operadores arrinconados en mesas de castigo y un festejado que sonríe como si la ciudad estuviera de fiesta con él.
Una celebración digna de archivo histórico, para que las futuras generaciones aprendan que en San Luis Potosí la política es como una piñata: se reparte entre cuates, se rompe entre traiciones y al final, siempre hay quien se queda con los dulces más grandes.
