Los magos de la transparencia… versión potosina.
Por: El ángel guardián / 29 de agosto de 2025
Tres meses.
Tres largos meses de silencio administrativo, de mutismo legislativo, en los que los diputados locales, incluida su oficial mayor—sí, ellas y ellos quienes juraron respetar la ley y representar a la ciudadanía— han decidido que la transparencia es un lujo opcional, no una obligación legal. Y mientras tanto, los potosinos seguimos esperando el milagro de que sus gastos aparezcan en el portal como dicta la ley. Pero, claro, pedirle a un diputado que cumpla la ley es como pedirle a un gato que se bañe: antinatural, incómodo y francamente imposible.
José Guadalupe González Covarrubias, vocero de Ciudadanos Observando, ya lo dijo con todas sus letras: la opacidad tiene nombre y apellido. Se llama Junta de Coordinación Política del Congreso, JUCOPO, pero también y sin lugar a dudas, la responsabilidad es de cada una y uno de los 27 legisladores y sus respectivos coordinadores parlamentarios de los siete partidos políticos con representación en la presente LXIV legislatura.
Transparencia “modo avión”
El problema no es que la JUCOPO y los demás diputados ignoren la Ley de Transparencia; el problema es que ni siquiera exigen a los funcionarios que deben hacerlo, sobre todo al responsable de la transparencia del congreso, Marco Zavala, con un sueldo nada despreciable y a la vez, fiel escudero del diputado Marco Gama. Se les exige publicar salarios, contratos, pagos de servicios, hasta el gasto en clips y hojas tamaño carta. Pero ellos activaron el “modo avión”: no contestan, no actualizan, no cumplen. Y lo peor, ni siquiera parece importarles.
Porque hay que reconocerlo: para ocultar, muchos de las y los actuales legisladores tienen experiencia de sobra, al ser opacos cuando fueron alcaldes, diputados, miembros de cabildo o funcionarios su rendición de cuentas era más misteriosa que el Triángulo de las Bermudas. Millones entraban, pero nadie sabía si salían en campañas, en “gestión social” o en la compra de calcetines para la militancia. Un prodigio de creatividad contable.
Diputados modelo a seguir… ¿en qué planeta?
Lo más irónico es que los diputados deberían ser ejemplo. Se supone que legislan para que los demás rindan cuentas, transparenten y publiquen hasta las facturas del café soluble que compran en la oficina. Pero resulta que nuestros legisladores son como esos papás que regañan al hijo por fumar mientras tienen el cigarro colgando en la boca.
La Ley de Transparencia es clarísima: publicar gastos, insumos, servicios y salarios no es sugerencia, es obligación. Pero aquí la única claridad es la de su cinismo: si el pueblo no protesta lo suficiente, entonces no hay prisa. Total, ¿qué son tres meses sin transparencia para quien cobra puntual cada quincena?
El doble discurso legislativo.
Cada vez que un diputado abre la boca en tribuna, habla de legalidad, de ética pública y de responsabilidad con los ciudadanos. Discursos huecos que deberían proyectarse en Netflix como género de ficción política. Y es que mientras sermonean sobre el deber de los demás, ellos se dedican a esconder su propio cochinito.
Eso sí, cuando algún alcalde o funcionario mediano o menor retrasa un reporte, ahí sí brincan con indignación, rasgan vestiduras y piden sanciones ejemplares. Pero cuando se trata de “SU” presupuesto —porque entendámoslo bien, ese presupuesto no es suyo, pero lo administran como si fueran las propinas de la abuela—, entonces todo se convierte en un trámite engorroso que “se está revisando”.
La JUCOPO, maestros del mal ejemplo.
Y para colmo, la JUCOPO y sus integrantes no solo incumplen: arrastran consigo la imagen del Congreso entero. Porque si este órgano no rinde cuentas, ¿qué diputado va a levantar la mano para exigir transparencia? Nadie. Todos prefieren el silencio cómplice, el disimulo estratégico.
El resultado es un Congreso que funciona como una cueva oscura, donde el único rayo de luz es el del celular cuando algún legislador se distrae en Tik Tok durante la sesión, o posa para las fotos exaltando su imagen, por muy falsa que sea. La transparencia no vive aquí; aquí se murió hace tiempo y nadie se tomó la molestia de ir por el acta de defunción.
Una burla para los ciudadanos.
González Covarrubias lo resumió bien: es una vergüenza. Pero aquí agregaríamos que es también un insulto. Porque mientras el ciudadano común debe cumplir con requisitos, comprobantes, recibos y pagos hasta para sacar una licencia de funcionamiento, los diputados se dan el lujo de esconder millones bajo la alfombra legislativa sin que pase nada.
La integridad de los servidores públicos está en entredicho, y no porque lo diga un activista, sino porque lo gritan sus acciones… o, mejor dicho, sus omisiones. La opacidad no solo daña la confianza en el Congreso: la pulveriza, la convierte en polvo, la arroja al basurero político donde ya descansan otros escándalos que “nunca pasó nada”.
Al final, pedirle a la JUCOPO y a los diputados que publiquen sus gastos es como esperar que un niño devuelva el cambio de la tienda sin comprarse unas papitas: técnicamente posible, pero estadísticamente improbable. Y mientras ellos se entretienen jugando al escondite con el dinero público, los potosinos seguimos siendo espectadores de esta tragicomedia legislativa, donde la transparencia es un fantasma que aparece solo en discursos y nunca en los portales oficiales.
Porque en San Luis Potosí, el Congreso no rinde cuentas: hace magia… y desaparece el dinero.
